Pasión.
Una palabra que no está entre mis preferidas, por decirlo de alguna manera. Rara vez la utilice en una frase, ya sea en forma oral o escrita. A veces me suena hueca, otra veces cursi, generalmente forzada. Me resulta caprichosa, pretenciosa y un poco ampulosa. Y, por si fuera poco, últimamente emparejada siempre a “tropical”…
Esta pequeña y mezquina aversión a una palabra, por suerte no me impidió conocer y unirme a un grupo de locos lindos que comparten un mismo interés, lo disfrutan y abiertamente invitan a otros a unirse, utilizando un foro y un bar como medios de encuentro.
Casi novato en estos asuntos (algunos dirán novato a secas, pero no seré yo), partí temprano el sábado hacia Córdoba con un copiloto que resultó un lujo, Augusto, también conocido como Risotas. Junto a nosotros viajaron Musaraña y Alfred, en la Toyo de Musa. El uso que hicimos del VHF, que seguramente no se encuadre en las normas de Radioaficionados (es mas, quizás contradiga todas), amenizó el viaje hasta Santa Rosa de Calamuchita, donde nos esperaban Diego y su patineta, Claudio e hijo en su Toyota y Hernán y Julián en sus respectivas Ferozas.
El destino: los restos del avión siniestrado en el cerro Los Linderos. Intencionalmente digo destino y no objetivo, ya que éste último era otro: hacer un poco de 4x4. Y no sólo se cumplió, sino que fue altamente superado.
Suponíamos un paseo sencillo, las referencias hablaban de un camino poco exigido, ideal para principiantes. Lo que encontramos no fue eso. Ya a los 500m de empezar, las eslingas y grilletes empezaron a trabajar, y no dejaron de hacerlo hasta último momento. Sin entrar en detalles y anécdotas, fueron muchísimas maniobras de rescate con eslingas y/o malacates. Un paisaje maravilloso nos acompañó en una jornada cansadora, que disfrutamos todos.
Cerca de las siete de la tarde, llegamos a una trepada muy complicada, donde decidimos dejar la mitad de los vehículos en un punto que seria el campamento para no arriesgar innecesariamente, y subir los tres vehículos que tenían malacate: las dos toyotas y el feroza de Julián. Subimos por una ladera los vehículos que dejábamos, de manera tal de sacarlos del camino y dejarlos en una zona donde podíamos quedar a unos metros de distancia (piedras altas por medio) de los vehículos que subieron. Esta decisión resultó fundamental para poder llegar con luz al destino, ya que el tramo que faltaba era una zona semi pantanosa donde tuvimos que renegar un rato, mas vehículos hubiera significado más tiempo y no creo que hubiéramos podido llegar antes de la noche.
Con los últimos rayos del sol llegamos al lugar del siniestro del avión. A la satisfacción de llegar la absorbió una rara sensación, algo entre asombro, tristeza y respeto que producen las cruces y los restos retorcidos y calcinados de aluminio en una ladera imponente.
Ya de noche, volvimos al lugar donde habíamos dejado el resto de los vehículos y armamos el humilde campamento (una carpa y una mediasombra). El incansable Augusto prendió el fuego y preparó un riquísimo asado. En ese momento, en una espectacular noche estrellada, vimos los primeros relámpagos…
Nos acostamos mirando el cielo y especulando si podríamos salir si llovía. A eso de las cuatro de la mañana los truenos y el viento nos despertaron. Desarmamos la carpa tan rápido que Hernán quedó adentro!. Diego, Hernán y yo, que habíamos dejado los vehículos del otro lado, debíamos cruzar una zona inundable para volver al track, por lo que salimos urgente a volver al camino antes de quedar varados. A metros del track, se largó la tormenta. Llovía a cantaros, incluso cayó piedra. No nos quedó otra que dormir un rato más en las camionetas y esperar.
Amaneció. O eso suponíamos, ya que seguía lloviendo y estábamos dentro de las nubes, no se veía a más de 30 metros. En esas condiciones era imposible moverse, con lo cual nos quedamos cada uno en su vehículo, comunicados por radio con la otra mitad del grupo. Si el tiempo no cambiaba, nos tendríamos que quedar ahí…
Cerca de las once, y tan rápido como empezó la tormenta, comenzó a limpiarse el cielo. Suspiramos aliviados y emprendimos el retorno. Si ya la ida necesitó de eslingas y malacates, la vuelta con barro fue mucho peor. Gracias a la voluntad y compañerismo del grupo, pudimos recorrer los cuatro kilómetros faltantes en casi cinco horas.
Cansados pero felices, emprendimos el retorno a Rosario.
Después de esta hermosa experiencia, no sólo me gusta un poquito más una palabra, sino que comparto más el nombre.
Pasión 4x4 Rosario.
Gracias Musa, Alfred, Diego, Julián, Hernán, Claudio y Augusto por compartir esta experiencia. Y gracias a todos los que hacen de Pasión 4x4 Rosario este maravilloso grupo!