"Puto el que lee esto" (Roberto Fontanarrosa)
Nunca encontr? una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribi? Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de G?ngora.
Lo le? en un ba?o p?blico en una estaci?n de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribi? eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del ba?o, hubiera decidido continuar con su relato, ah? me hubiese tenido a m? como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulz?n ni un demagogo. Puto el que lee esto, y a otra cosa. Si te gusta bien y si no tambi?n, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien a?os de soledad, la novelita rococ? del gran Gabo. Muchos a?os despu?s, frente al pelot?n de fusilamiento... Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontr? en un ba?o p?blico, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cen?culo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.
Ojal? se me hubiese ocurrido a m? un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patad?n en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ah? ten?s, escapate ahora, dej? el libro y abandoname si pod?s.
No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el in?til de Tolstoi. Yo sigo la l?nea marcada por un grande, Carlos Monz?n, el fant?stico campe?n de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el pi?azo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo dec?a claramente, con esa forma tan clara que ten?a para hablar. Para m? el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos. Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.
El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. As? de simple. Todo lo dem?s es cart?n pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librer?a, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el m?s perfecto de los cobardes. All? tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. Puto el que lee esto. Que sienta un golpe en el pecho y se d? por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones.
Es un golpe bajo, dir? alg?n cr?tico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y est?n suscriptos en Le Monde Diplomatique. ?S?, se?or, les contesto, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atenci?n de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es incre?ble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribir?n. Y los que han muerto, los cementerios est?n repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus ?pocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos quer?an la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que a?n joden y joden en los estantes de las librer?as. Nadie decidi?,
modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: Me voy con rumbo a la quinta del ?ato y me llevo conmigo todo lo que escrib?a, no los molesto m?s con mi producci?n, no. Ah? est?n los libros de Moli?re, de Cervantes, de Mallea, de Cor?n Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todav?a en las mesas de saldos.
Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que ten?an: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deber?an seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. Me voy, me muero, cagu? la fruta ,podr?a ser el postrer anhelo. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estar? all? cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches. Que los quemen, qu? tanto. Es lo que voy a hacer yo, t?ngalo por seguro, se?or lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de se?oras al pedo que decid?an escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para ense?ar c?mo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboret?s, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no pod?an abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mec?nicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqu? de la vital adhesividad de la pasta para las enc?as, se?oras evolucionadas que pensaron que los ni?os no podr?an llegar a desarrollarse sin leer c?mo el gnomo Prilimpl?n vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hac?a lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por d?a para aflojar el vientre, bi?logos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuid?s te la agarra con la mano.
All?, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, se?ores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los reda?os mismos de nuestros ri?ones. All?, a ese interminable mar de vol?menes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de v?ctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atenci?n del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tard?o, distra?do, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aqu? y all? por una tapa m?s luminosa, un t?tulo m?s acertado, una faja m?s prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudici?n y, quiz?s, inter?s. Est? atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea fr?volamente el ?ltimo best-seller, a la se?ora todav?a pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gur? de turno. Si es ni?o, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.
Y el libro est? solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con ?l para venderse. Sabe, con la sabidur?a que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Despu?s, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no result? seductora, saldr? de la mesa exclusiva de las novedades VIP dir?amos, para aterrizar en alg?n exhibidor alternativo, luego en alg?n estante olvidado, despu?s en una mesa de saldos y por ?ltimo, en el h?medo y oscuro dep?sito de la librer?a, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros le advierten, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.
No desaparecer? tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un s?mbolo de la cultura, un icono de la erudici?n, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso espec?fico que una empanada, una corbata o una licuadora. Ir?, eso s?, con otros millones, al dep?sito oscuro y maloliente de la librer?a. No te extra?e incluso que vuelva un d?a, como el hijo pr?digo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede all?, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, tefl?n y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.
De ?ltima, reaparecer? de nuevo, L?zaro impreso, en la mano de alg?n boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por ?nica vez y en car?cter de exclusividad, a bordo de un ?mnibus de l?nea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de m? una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cintur?n, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja.
Puto el que lee esto.
John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ah?, creo que en El mundo seg?n Garp: Por una sola cosa un lector contin?a leyendo. Porque quiere saber c?mo termina la historia. Buena, John, me gusta eso. Te est?n contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te est? contando, por ejemplo en el club, c?mo al imb?cil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodr?guez. Vos te ten?s que ir, porque ten?s que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de ?rdago si de nuevo lleg?s tarde como la vez pasada. Pero te qued?s, carajo. Te qued?s porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te est? explicando c?mo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodr?guez cada vez que se inclinaba a servirle vino y ?l pensaba que Rodr?guez no lo ve?a. No te pod?s ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mir?s el reloj como buen dominado que sos, le ped?s a Chiquito que la haga corta, calcul?s que ya te habr? llevado el auto la gr?a, que ya se te habr? carbonizado la comida en el horno, pero te qued?s ah? porque quer?s eso que el maric?n de John Irving dec?a con tanta gracia: quer?s saber c?mo termina la historia, querido, eso quer?s.
Entonces yo, que soy un literato, que he le?do a m?s de un cl?sico, que he publicado m?s de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narraci?n, que estudio concienzudamente c?mo se describe y c?mo se lee, que me he quemado las pesta?as releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad m?s pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilaci?n alguna cu?ndo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, se?ores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel franc?s con cualquier boludo. Mi libro tendr?, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de c?mo cultivar la calabaza y al hor?scopo coreano de Sabrina P?rez, junto a las cien advertencias gastron?micas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las cont? a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estar? all? yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desd?n obtuso en su carita: ?ste es el libro. ?ste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sand?a, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra so?ada que nunca le ha dado bola.
Y all? estar? la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monz?n en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompad?n insigne que sacude la cabeza hacia atr?s y hacia adelante como perrito de taxi y un mont?n de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. Puto el que lee esto. Aunque despu?s el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva pla?idero. Aunque la novela despu?s sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea despu?s un recetario de cocina que incluya alimentos macrobi?ticos.
No esperen, de m?, ?tica alguna. S?lo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y l?grimas en mis escritos. El apetito por m?s y la ansiedad por saber qu? es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qu? lo afirmo, por qu? tengo autoridad para decirlo y por qu? conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho m?s de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. S?, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aqu?, el que est? temiendo, en suma, aparecer en el rengl?n siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo.
Roberto Fontanarrosa
_________________ ESTANCIERA: Abuela de todas las Cheroketas...
Les recomiendo agarrar el sogan y cogotearlo un rato antes de escribir tantas pelotudeces... (Germán Guevara, argentino-contemporaneo)
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